martes, 8 de noviembre de 2011

Los toros

Las corridas de toros en Villahoz representaban el centro de las fiestas  de la Virgen en los años 40 y 50 del pasado siglo, aunque esta actividad sobresaliente y exultante duró hasta el año 1972. Entre los años 60 y principios de los 70, Villahoz sufrió una fuerte emigración de familias enteras y sus jóvenes hacia las ciudades con industria, bien el País Vasco, Madrid o Cataluña, fundamentalmente. Esta emigración pudo ser una de las razones para que las fiestas decayeran durante estos años, había menos jóvenes para organizarlas y por supuesto para disfrutarlas.

No hemos podido recabar recuerdos exactos sobre el año de la primera corrida. Sabemos que ya en el año 1946 hubo una corrida de toros en la plaza mayor para conmemorar el centenario de la cofradía de la Virgen de Madrigal. Sin embargo no sabemos si este año fue el primero o ya se celebraban con anterioridad. Jesús Manrique nos comenta que él se fue del pueblo en 1945, y recuerda que años antes ya hubo toros.
Fotografía cedida por Angel Alvarez

Hasta 1951 las corridas de toros se hacían en la plaza mayor. Los chiqueros los poníamos en la cochera de Santiago en la plaza”, nos comenta Blas .
Posteriormente la fiesta se trasladó a las afueras del pueblo, en lo que ahora es el conocido corral “de Colato”. También hubo otro año, el último de las famosas corridas, que tuvo su escenario en la era de Porfirio, a la salida del pueblo al inicio de la carretera de Palencia.
No importaba donde fueran las corridas, los quintos montaban la plaza de toros con carros alrededor y arena para el coso. Blas recuerda: “En mi quintada montamos la plaza, colocamos carros alrededor para hacer las gradas, y pusimos los chiqueros en la cochera de Santiago. Como era quinto Jesús Martínez, su padre nos prestó un carro con una pareja de mulas para poder ir a la Losa, junto a la ermita de la Veracruz, cerca de la Tejera, a por arena para hacer el ruedo”.
Los carros se ponían en círculo para construir el coso y a la vez proteger a la gente de los toros y servir de escenario. No había otros materiales a parte de los tablones que se utilizaban para unir los carros. Con estos medios tan rudimentarios y poco apropiados nos podemos imaginar la incomodidad para subir y bajar de los carros sobre todo las mujeres que llevaban faldas, que eran todas. Una anécdota que refleja esta situación nos la cuenta Isabel, mujer de Félix y hermana de Luisa, que recuerda perfectamente como “ el día de mi comunión coincidió con los toros en el pueblo, y al intentar subirme a los carros se me rompió todo el vestido!, sólo recuerdo la llorera que me cogí y que fui a comer donde mi tía para que mi madre no viera el estropicio”

Ya por los primeros años de la década de los 50, era el famoso “Cañitas”, representante taurino el que se ponían en contacto con los jóvenes de Villahoz para ajustar las corridas. Según recuerda Blas, “cuando  fui quinto Cañitas ya tenía un bar cerca de los soportales de Antón en Burgos, y venía por los pueblos de la provincia trayendo festivales taurinos. Los representantes traían los toros a cambio de la recaudación en taquilla”.

En aquellos tiempos la mayoría de las corridas que tuvieron lugar llevaban el mismo guión: primero toreaba el torero “estrella” de turno, para luego dejar  paso a los aficionados del pueblo, y finalmente dejar que los quintos se divirtieran con una vaquilla. Alguno, si no le cogía el toro, se sentía el mismo Manolete que se enfrentaba al astado para mayor gloria de la parroquia. Durante días previos y después de la faena, los comentarios eran la corrida y el acompañamiento. Todo un éxito que al pasar el tiempo se confundía el deseo,  la ilusión con la realidad que poco a poco se iba desdibujando. Eran los toros centro de la fiesta.

Una de las anécdotas más divertidas que ha llegado hasta nuestros días gracias a la memoria de Blas, fue lo que le ocurrió a  Maximino, uno de los integrantes de la quintada de Blas, que al ir a clavar la espada al toro, ésta saltó por los aires y, con tan mala suerte que le cayó en la cabeza, provocando, primero la preocupación y luego las risas y el recuerdo entre los que estuvieron presentes al ver que el incidente se resolvió con una brecha.



martes, 30 de agosto de 2011

Los Gerbas

La historia de G.E.R.B.A. (Grupo Exper(y)mental Revolucionario Bebedor Activista, formado por Félix, Roberto, Fernando y Andrés, ayudados por Gonzalo) comienza en 1988 con la reproducción, a escala 2/3, de nuestro rollo. De cartón, madera y papel, y lleno de petardos, resumió la alegría de todos los que, en el atrio de la iglesia, mirábamos sorprendidos cómo ardió a medianoche…
Fotografía cedida por Félix Val

Ese mismo año, unas láminas reunidas en la publicación “Detalles de Villahoz” recogían, en imágenes y palabras, algunos “latidos” de la vida de nuestro pueblo.
En el verano de 1989 pintamos en el suelo de las calles y plazas mensajes para todos los gustos y colores: “Bienvenidos: así somos más y más”, “¡Ahí te va el hachazo!”, “Litros de música”, “De flores llenos”, “Más libertad y más playa: (¡vaya, vaya!)”, “De amor en la noche”, “Eres un sol, tú eres la fiesta”…
En 1990 dos grandísimas pancartas, colgadas en la torre de la iglesia, se veían desde lejos y daban la bienvenida a la fiesta: “San Bartolo tiene tela” (o te la tiene) y “Villahoz, tu corazón”.

Fotografía cedida por Félix Val

En 1991 el rollo se vistió de aluminio (¡una obra brillante!) y de luna llena. (Es que nos va el rollo…). Los niños pintaron cuatro tableros grandes, y la acacia de la carretera (muy seca) echó hojas de papel… Una banda de música nunca vista (ni oída) “sopló” mil canciones y 300 litros de limonada.
El 18 de agosto de 1992 fue la primera e inolvidable excursión Villahoz-Burgos-Sotopalacios-Covanera- Valdelateja-Quintanilla Escalada-Orbaneja-Villahoz: morcillas para almorzar, baño en las aguas frías del “pozo azul” y en las aguas calientes del balneario, subida a la ermita, comida a las orillas del Ebro, misterio y “once puntos” en la cueva y regreso…
Fueron pasando los años y gracias a la colaboración de muchos (jóvenes, niños y mayores) hemos hecho ¡de todo!: poner puertas y cortinas a los arcos de la muralla, concursos y exposición de pinturas con los dedos, más excursiones (Aranda, Peñaranda, Clunia, Pinarejos, La Yecla…), una “falla” de nuestra iglesia, gynkana en bicicleta por el campo hasta el río Cubillo, cambio en los nombres y placas de las calles, juegos populares pintados en el suelo (y la oca gigante de la plaza Mayor), “señalización” jocosa de la calle Real…
Fotografía cedida por Félix Val
Fotografía cedida por Félix Val

Muchísimos proyectos más se han quedado en el tintero de las ideas y otras acciones realizadas son inenarrables o inconfesables.
Y nos dice la memoria que, por aquel entonces, apareció la peña “Los Botijos”, pero ésa es otra historia…

 Firmado:
Andrés Carpintero

Felipón

En la vida de los pueblos no todo son Fiestas y Charangas ,  tambien hay enfrentamientos y hechos luctuosos como nos cuenta Luis Álvarez, y como las monedas suelen tener dos caras, tal vez alguien haya oido en su familia la otra cara de esta historia y nos ayude a completarla.

Permítanme que me presente: mi nombre es Luis Álvarez Antón, nacido en Torrepadre, hijo de Potenciano Álvarez Gutiérrez y de María Antón Díez.

El relato que quiero presentarles, recoge parte de una historia acaecida en mi familia paterna, natural, toda ella, de Villahoz, a partir de mi abuelo Francisco Álvarez hacia atrás. Francisco Álvarez se casó con Victoria Gutiérrez, de Torrepadre, lugar dónde crearon su numerosa prole.
El padre de Francisco Álvarez, (mi bisabuelo), se llamaba Felipe Álvarez Maté (1835-1920), al cual todos, en Villahoz y sus alrededores, conocían por “Felipón”. A él se refieren los hechos que voy a narrar.
A Felipón le llamaron para luchas en las “Guerras Carlistas”, lo más probable, en el bando de los vencedores, pues a éstos se les dotó, al finalizar la contienda, de un arma con la cual pudieran defenderse de los posibles enemigos que en el desorden y excitación mental de estas situaciones, siempre proliferan.
En este caso, se trataba de un pistolón, a la usanza de aquellas épocas, llamado “trabuco”, que Felipón siempre llevaba consigo… “Por si las moscas”.
Pues bien, he aquí que un buen día (o mejor dicho: un mal día), cumpliendo con sus quehaceres diarios, se dispuso a retejar una tenada de ovejas, cercana a Villahoz. Al llegar al sitio citado, quiso probar el arma, pero ésta no funcionó, por más que lo intentó varias veces. Seguramente debe estar húmeda la pólvora, pensó. Visto lo cual, subió al tejado con el trabuco, lo puso al sol para que se secara, se quitó la chaqueta y comenzó su trabajo.
En la plaza del pueblo había, en ese momento, varias personas ociosas, charlando un poco de todo, entre sí. Una de éstas, nada amigo de Felipón, sin duda sabiendo donde él se encontraba, completamente solo, manifestó a esos individuos, posiblemente partidarios suyos, políticamente hablando: “me voy a por Felipón; ya veréis qué pronto le traigo a la cola del caballo…” Así que dicho y hecho.
Llegando al sitio, apeóse del caballo (el saludo ya no debió ser muy cordial), y le conminó a que bajase, con la excusa de querer tratar un asunto con él. Debieron ser, éstos muy tensos y muy duros para mi bisabuelo Felipe, pues él ya debía imaginarse las intenciones que su visitante traía, y debió temerse lo peor, como así confirmaron los hechos que siguieron. En efecto, Felipón accedió a bajar, pero diciéndole que iba a recoger primero su chaqueta para no quedarse frío, a lo que el otro contestó con ironía: “si no te va a hacer falta”. Tras esa respuesta, a Felipón, ya no le debió quedar ninguna duda sobre sus intenciones, por lo que en vez de coger la chaqueta, cogió en trabuco que antes había puesto a secar al sol, para intimidarle desde arriba, seguramente creyendo que no iba a disparar. Pero cuál no sería su sorpresa cuando el trabuco escupió todo su contenido sobre su enemigo, cayendo este malherido, antes de poder materializar sus malas intenciones. En ese preciso momento, los que habían quedado en la plaza de Villahoz oyeron a lo lejos el disparo y comentaron entre ellos:  “ ¡Vaya ya cayó Felipón!”. Pero Felipón sano y salvo, anuque seguramente un tanto preocupado y nervioso, tomó el camino de Villahoz (no sé si a pie, o sobre el caballo del “bandido”, para dar parte de lo sucedido a las autoridades, las cuales llegaron hasta el herido, encontrándole todavía con vida y pudiéndole tomar declaración, en ella se confesó culpable de lo que había sucedido, siendo corroborado su testimonio por las gentes que estaban en la plaza, quienes relataron lo que esta persona había dicho, demostrándose así sus malos propósitos.
De esta manera quedó acreditada la culpabilidad del “bandido”, quedando Felipón libre de toda responsabilidad o culpa en los hechos. Se trata, sin duda, de un claro ejemplo de los que podríamos denominar, según reza el refrán popular: “ir por lana y salir trasquilado”.
Esta historia la oí, en boca de mi padre, en multitud de ocasiones, pero… ¿Conoce Ud., estimado lector, esta frase?
“Vas a morir como Felipón!!”
Yo mismo he podido oírla muchas veces en Torrepadre, e incluso me sorprendió escucharla en Barcelona de labios de un catalán, mientras jugaba una partida de Damas.
Algunos creemos que pueda tener su origen en esta historia que acabo de narrar, y que en su día, pudo ser bastante difundida a través de los medios de la época.
Seguro que los que más puedan conocerla serán las personas mayores, ya que entre la juventud, parece que se ha perdido este dicho, y con él el recuerdo del hecho que puede ser su origen.
Los dichos o historias del pasado, tanto de nuestras familias como de nuestros pueblos, suelen estar basados en algún acontecimiento histórico, ya sea personal o colectivo, que por haberse conservado durante muchos años, forma ya parte de nuestro acervo cultural.
Desde aquí invito, a todas las personas, de cualquier edad y condición, que recuerden algún dicho o episodio de estas características, se atrevan a ponerlo por escrito y a publicarlo, por sí mismo o con ayuda de otros, para que estas riquezas culturales perduren a través de los tiempos y generaciones.
¡Ayudemos a que no se pierdan nuestras tradiciones culturales!, sin ánimo de catalogarlas como buenas o malas, querámoslo o no, son parte de nuestro patrimonio.
Firmado: Luis Álvarez Antón

miércoles, 10 de agosto de 2011

La charanga


El concepto de CHARANGA exige ante todo algo de música, o, por lo menos ruido; y como los integrantes de esta orquesta bufa, optaron por el ruido, no les quedó más remedio que acudir al ingenio y la gracia. 

Ellos mismos se construyeron los instrumentos, que no tenían ni  agujeros ni claves, ni sostenidos ni nada ¡Hay que tener bemoles para eso! Y con tubos y embudos y regaderas de todos los tamaños armaron un grupo orquestal en el que todos los instrumentos sonaban igual. Así nació  “La Charanga”. Sus “virtuosos” eran entre otros Cesáreo, Angelito, Ezequiel, Rafa, Juli, Julián Orozco, Vidal, Albinio, José Campo y todo el que quiso soplar por un tubo.
Fotografía cedida por Cesáreo Ortega
 Sus componentes no necesitaban ni Director, ni partituras ni nada. Sólo unos chiflos que sonaban todos con la misma nota y, a la calle. Ahora sí: todos vestidos de músicos, algunos con frac y todo y a soplar que esto nunca desafina, todo dependía de la fuerza con que soplabas.

“La Charanga” después sufrió una metamorfosis y su crisálida derivó a una mariposa estelar que fue Cesáreo, que condujo a su aire lo que él engendró, y que brotes nuevos hicieron fructificar en lo que después fue la anárquica “Charanga”.
BIOGRAFIA no Autorizada de



“LA CHARANGA”

“La Charanga” como todo ser, nace pequeñita, frágil y casi desapercibida.

La Plaza estaba abarrotada, con la verbena en su descanso y aparecen dos viejecitas, con un cochecito de niños. En el cochecito de bebé un lechoncito rosado y muy en su papel, con algún gruñido que otro, pero sin exagerar, y la Plaza se llena de sorpresa y sólo se oye una pregunta:

“¿Quiénes son esas?... Pero, chica, ¡si en vez de niño llevan un cochino!...
¡Ay qué gracia!... No puede ser otro que Cesáreo. Y la otra, ¿quién es?... Anda, si digo yo que es Ezequiel….


Y las risas llenan la Plaza. Y ya no había músicos ni cantantes. Y todos apretujados para ver al “bebé”. El cochinillo tenía sed y era obligado una visita al bar, y al entrar se interrumpen las partidas de mus las rondas de claretes  pues  todos quieren ver de cerca al “bebé” cochino.

“!Este Cesáreo es que es la leche!”

Quedaba fundada “La Charanga”.

La Charanga es un caso sin igual en su organización o, mejor en su desorganización. La Charanga es un monumento a la improvisación y a la espontaneidad.
El decálogo de la Charanga no tiene más que un mandamiento y eso la convierte en un “monocálogo” y si se lee mal en un “monolocago”. Su único mandamiento es: “Haz reír a la gente y no importa con qué”.

Esto tiene un peligro: que no sabes en qué jardín te metes y cómo saldrás. Aquí no hay proyecto, ni programa, ni guión y sin saber nunca ni cuando saldrá ni cuando terminará. En una ocasión si se anunció. Un cartelito en el bar rezaba: “La Charanga saldrá cuando le salga de los c…”.

Si se sabe cómo empieza: Cesáreo se presenta en Villahoz por San Bartolo, y ante cuatro amigos en el bar va y dice: “Que salimos”. Nadie sabe a qué, ni de dónde, ni de qué va a ir la cosa. Todo el mundo  corre a disfrazarse de lo que sea y a seguir a Cesáreo calle Real arriba y todo el pueblo removido para ver esa disparatada “procesión” Y todo Villahoz es una risa.

Fotografía cedida por Cesáreo Ortega
Fotografía cedida por Ce´sareo Ortega


Más tarde ya hubo un poco de orientación y la gente preguntaba: Bueno, ¿de qué va este año?... De ahí la variopinta temática de un año a otro.

Cesáreo, no sé por qué razones, tenía tres obsesiones que le quitaban el sueño: Una era el disfrazarse, otra el vestirse de torero y la más lúbrica era el mito de la “zanahoria”. Yo me las ví y me las deseé para convencerle de que eso de mear por la calle a través de una zanahoria no era muy fino y más bien era una desvergüenza, y si el que meaba era San Bartolomé o San Isidro ya rayaba en lo sacrílego. Al final conseguí convencerle – aunque a regañadientes- que había que dar a la Charanga algún matiz cultural sin renunciar al desparpajo, al chiste, a la broma y aún al cachondeo, y así se empezó dedicando la farsa a temas como el teatro, parodiando El Tenorio, o a Cervantes con la imagen casi perfecta de D. Quijote y Sancho, o al mundo clásico romano con la vistosa reproducción de las cuadrigas romanas, o la última rememorando con una espectacular carabela la hazaña de Los Pinzones.

Pero, he aquí que, un año –no sé por qué razones- yo no pude estar en Villahoz por San “Bartolo” y Cesáreo dio rienda suelta al subconsciente y montó la de San Isidro, entronizado sobre una maquina de veldar y meando por toda la Calle Real a través de la dichosa zanahoria. Yo creo que con eso se quedó tranquilo y redujo sus obsesiones a dos: el disfraz y los toros.

La primera muestra taurina fue vestidos Cesáreo y su partenaire “Perero” con traje de luces impecable aunque les apretaba un poco la taleguilla, y pasear a una vaca lechera con el nombre de la Charanga pintado en los costillares y haciendo un paseíllo grotesco, con los toreros delante y la vaca detrás por toda la Calle Real. Intento de meter a la vaca en el bar de Porfirio, a lo cual se negó el animal con todo decoro, o a lo mejor es que no tenía sed. Paso por delante de la Iglesia y de rodillas, los dos fantoches toreros rezan para pedir suerte – la vaca no se arrodilló, a lo mejor era atea- y llegada a la Plaza, con toda la gente alrededor y Macario sujetando a la vaca, por algo era vaquero de oficio y al único que la vaca obedecía.

Y empieza la faena; Cesáreo el maestro y “Perero” el subalterno. Planta su taburete y su caldero debajo de las espléndidas ubres del animal y el subalterno acciona el rabo a modo de palanca extractora. Y la Plaza muerta de risa y cuando el caldero se suponía lleno, Cesáreo con todo su aire torero lo lanza contra la multitud. Menos mal que sólo había en la herrada papeluchos blancos, que sólo asustaron a los más ingenuos, viéndose pringados de leche recién ordeñada. Y ahí acabó la corrida. Después hubo que indemnizar a Teodosio, porque Al ordeñar por la noche, la pobre vaca estaba tan cabreada y estresada que no dio ni la mitad de leche que tenía por costumbre. Y La Charanga se desvanecía como una pompa de jabón que acababa con la tarde charanguera. Y la admiración de siempre:

!Este Cesáreo es la leche!

Y, por fin, me llegó el día en que conseguí dar un aire cultural al tema y propuse, y se aceptó el tema. Este año irá de teatro y monté sobre una plataforma de remolque de tractor un escenario con decorado de fondo el arco de la Torre y toda la magnífica perspectiva de la Calle Real. La obra era el D. Juan Tenorio, en concreto la famosa escena del sofá. Cesáreo era D. Juan – que, por cierto se agenció un disfraz digno del mejor divo del teatro- y Perero, una grotesca Dña. Inés con barba y dos descomunales tetas que, al ser abrazada por el apasionado amante, explotaban inundando de risas toda la Plaza. Los actores sólo hacían gestos y movían los labios mientras dos lectores, entre bambalinas, leían los unos textos fusilados del insigne Zorrilla:

“¿No es verdad, ángel de amor
Que en esta tranquila Villa
que se llama Villahoz,
la gente se desternilla
con sólo veros a vos?”.

Y así unas cuantas estrofas más, destrozadas descaradamente del original. El problema era cómo terminar aquello, ya que no había telón. Que los músicos tocaran la jota de S. Bartolomé y; a bailar!.

Por fin se había conseguido, que un pequeño soplo de cultura entrara en La Charanga sin abandonar la vena humorística y aún irreverente, que es lo que gustaba al pueblo y le hacía reír. Yo no sé si los actores salieron a hombros o conducidos por la Guardia Civil.

En la siguiente sacamos a pasear a Dn. Quijote y Sancho. Aquí los figurantes: Cesáreo y “Perero” dieron una imagen perfecta con su caballo alazán Cesáreo y su aparente burro “Perero”. Yo no sé de dónde sacó Cesáreo la vestimenta pero, salvo en la estatura, y un descomunal lanzón que daba miedo. No era menos fiel a la historia Sancho Panza, barbudo, barrigudo con su zurrón y su bota al hombro, el burro con sus alforjas, todo como en el libro. Y molinos de viento por todas partes anunciando la “Ínsula Barataria” “La Venta de Leopoldo”, “El mesón de La Paloma”.
Fotografía cedida por Cesáreo Ortega


También para esta Charanga hubo unos textos que como pudimos –pues las megafonías no nos funcionaron nunca- intentamos que llegaran a la gente, cosa harto difícil pues el vocería lo dominaba todo.

Fotografía cedida por Cesáreo Ortega


Parada obligada ante el bar de Jesús a petición de Sancho:

-“Digo yo, Sr. Dn. Quijote, que en este mesón que tiene fama de buen yantar,  bien nos darían unas buenas magras y un jarro de vino para limpiar el gaznate, que harto hemos ya caminado y peleado sin nada que llevar a la panza.

-Anda, come y bebe tragón, que lo que es pelear… pocos gigantes has derribado tú”.


Ante la Iglesia otra parada para decir otra “parida”.

-Mira, Sancho, y descúbrete que estás delante del Castillo de la Princesa Micomicona que a tantos caballeros enamoró.

-¡Qué castillo ni qué leches! Que esto es la Iglesia de este pueblo llamado Villahoz, y no es de La Mancha y aquí como mucho dan hostias. Así que sigamos porque si hay palos y mogicones, yo ya sé quien los recibe”.

Y llegamos ante el Rollo. Golpe seco de brida que paran a Caballo y Rucio.

-“Esta que ves aquí, Sancho es la invencible lanza del gran Amadís de Gaula, con la que derribó gigantes sin cuento en cuantas batallas peleó.

-¡Qué lanza ni que cojones! Que esto es el Rollo de este pueblo. Y más nos vale alejarnos de él si no queremos que nos cuelguen a su merced y a mí y aún a Rocinante y Rucio”.

Y, sin saber cómo, la comitiva se desvanecía sin que nadie diera la orden ni nada.

Y llegamos a lo que yo llamo la “era de la tecnología”. Se adhieren a La Charanga todo un grupo de técnicos que saben de todo y saben resolver problemas que antes nos atascaban y teníamos que salir con lo puesto. Son: primero Diego, con toda su sabiduría y el potencial de su fragua. Todo se podía con él. Le siguen Fernando y “Toño” (q.e.d.) excelentes mecánicos que dominan toda clase de artilugios, y se une “El chico Bene”, Javi, todo fuerza e ímpetu y la valiosa “Trouppe de los hijos de la Milagros: Pablo y Aurelio (q.e.d.). Ya descansaba en paz también el inefable Vicente “Perero” que con su desaparición dejó alicorta a La Charanga.

Con tanta tecnología aquello empezaba a funcionar. Yo sugería y los otros hacían, que no es poco. Se construyó una exagerada plataforma rodante y tirada por un vehículo a motor sobre la que iría montada toda la “jarca” charanguera. Tam ambiciosa fue que su ancho no pasaba por según que cales, lo que reducía los recorridos que nos hubiera gustado.

El primer uso de la plataforma fue modesto y hasta un pelín soso: representar la vida del campo.
Una frondosa encina con un campesino que dormía la siesta a su sombra, con la bota al lado, una cocina que echaba humo y todo y Cesáreo que no sé lo que hacía allí pero, seguro, que lo animaba con su “gracia”, y a la Torre que aquel año había toros.

A la plaza no le faltaba de nada: con sus burladeros, sus carteles, sus taquillas y su reloj marcando “las cinco en punto de la tarde” como en el poema de: “A la muerte del torero Antonio Sánchez Mejías” de García Lorca. Lleno hasta la bandera, bueno hasta el Potro en la subida a las bodegas. El encierro era dispar: salió el primero, un gato que al sentir el ¡Oh! De la multitud saltó bufando por donde puedo con peligro de algún arañazo no deseado. Fue lo más peligroso de “la corrida”. Había un espiker que anunciaba el segundo de esta manera:

“Y sale el segundo, negro zaíno, meano y algo marrano”.

Era un cerdo de la ganadería de los Angulo pintado de negro. Manseó en tablas y fue devuelto a los corrales por cochino y mal educado, falto de casta y sin ninguna posibilidad de lucimiento para los toreros Cesáreo y “Perero”.
Fotografía cedida por Cesáreo Ortega


Y salió el tercero que era toro de verdad. Una ternerita rubia que aún mamaba pero que tenía una mala leche que el pánico cundió en el ruedo. No faltaron “banderillas”, gigantes cónsul pimiento, pepino y tomates ensartados que nadie consiguió clavar porque no tenían pincho. Aquel animalito, que casi tenía la ternura de un peluche, creó el pánico en todos los charangueros, y, al día siguiente, las lavadoras funcionaron a tope, porque todos estábamos cagaditos de miedo.

Fotografía cedida por Cesáreo  Ortega

Eso fue el bautismo taurino de La Charanga y se ve que gustó, pues en años siguientes hubo más vaquillas.

El año siguiente fue el año estelar de La Charanga, gracias al aporte de técnica de los ya nombrados nuevos socios. La idea iba de Romanos y entre  todos: yo dibujando y pintando, otros tratando motores, maderas y hierro y los menos hábiles trayendo el porrón para refrescar el gaznate y las ideas, construimos unos carros romanos de carrera, las “Cuadrigas”, que fueron la admiración de la gente. No quiero decir como estaban hechos, porque parecían de verdad, corrían como rayos y metían un ruido que ya lo querrían para sí los de la Fórmula 1; Y cuando se paraban los caballos se meaban de verdad, como un homenaje a la dichosa zanahoria de Cesáreo.

No faltó la ambientación romana en todo el pueblo: La plataforma se convirtió en foro romano, con sus columnas sus lávaros y sus matronas romanas que presidía la Calpurnia Milagros. Los centuriones iban montados en sus cuadrigas, Cesáreo haría de Nerón, o algo así, y todo esto para llevar a la gente de la Torre, donde estaba la plaza de torear.

Fotografía cedida por Cesáreo Ortega
La ambientación más vistosa fue la Loba Capitolina que campeaba en lo alto del Arco de la Torre, y amorrados a sus ubres no eran Rómulo y Remo sino las estrellas de la Charanga: Cesáreo y “Perero”. Hasta el Diario de Burgos nos dedicó una página entera, con foto espectacular de nuestro arco de la Torre con la Loba romana encima y con un epígrafe que nos honra: “Villahoz conquista Roma”.


Fotografía cedida por Cesáreo Ortega


En la “Plaza” hubo lances para todos los fustos, revolcones, muchos; y hasta la Guardia Civil, en uniforme de servicio y que ordenó la comitiva hasta allí, se atrevió a pasar algún sustillo y perder el tricornio para evitar el seguro revolcón. Alguien de algún pueblo vecino que no reconocía a nuestros “guardias”: Angelito y el desaparecido Jesús (q.e.d.) el Francés –para nosotros el “Voulez vous”- se escandalizó. Su comentario no tiene desperdicio: 

“Anda que si le coge la vaca… ¡menudo paquete le iba a caer si se entera el Comandante de puesto!, ¡Si no lo veo no lo creo!.


Cuando la fiesta terminó, y fue tan del agrado de la gente, en la celebración que hacíamos los actuantes con una merienda en la bodega, yo ya les dije: El año que viene que es no sé que centenario de la Conquista de América, hay que salir en barco, id pensando si contratamos a los Hnos. Pinzones, o algo por el estilo.

Dio la casualidad que aquel verano yo no pude venir y participar en la organización, pero me contaron –y las fotos así lo corroboran- que con la colaboración de todos se construyó una espectacular Carabela y que el himno de La Charanga, aquel año fue:

“Los hermanos Pinzones
Eran unos mari… (neros)
y se fueron con Colón
que era otro mari… (Nero)”

Y me cuentan también que la vaquilla cambió de plaza y no le debió sentar bien porque el riesgo estuvo a punto de amargar la fiesta, y La Charanga se asustó.


En resumidas cuentas La Charanga murió –de éxito y por meterse en unos jardines, que aunque a la gente le gustaba, no estaban en sus genes y traicionó las raíces que eran hacer reír a la gente a cuerpo limpio, con la imagen nítida y, como mucho, vestido de cualquier zarramanto. Los trajes de luces nunca le sentaron bien ni a Cesáreo ni a “Perero” (q.e.d.) y sus brillos cegaron su principal virtud: hacer reír sólo con la imagen y algún aditivo pseudo político.


La Charanga murió, viva el pueblo y la alegría.

 
GRATITUDES:

Claro, todos estos tinglados conllevaban unos gastos: los animales bravos alquilados costaban mucho dinero que La Charanga no tenía. Había que conseguir mecenas,  y será injusto no mencionarlos aquí: Serafín Ballesteros, viéndolo caro y sabedor de nuestras penurias, ni siquiera esperó a que lo pidiéramos: “Para La Charanga pedid lo que os haga falta”, y le faltó tiempo para tirar de talonario.

Otro enamorado del pueblo, sin que él participara en la fiesta y sin más nos donó una cantidad que nos sacaba de apuros. La Charanga nunca dependió del dinero del Ayuntamiento, aunque algún año algo costearon. De estas donaciones, que yo nunca vi,  ni siquiera supe quien las administraba, nos sacaban de apuros y a más de uno nos costaba algún gasto, a más de las rifas cutres que hicimos, y no emitimos “Bonos del Estado” porque no se nos ocurrió.

Si es cierto el dicho de: A rey muerto, rey puesto que se animen otras generaciones de gracioso e ingenios, que los hay, y piensen que de menos nació “La Charanga” y bien que nos divirtió.



Jesús Manrique
Villahoz, Agosto de 2011

martes, 2 de agosto de 2011

La música


Los relatos que hemos podido recoger hasta ahora nos llevan hasta las quintadas de los años 30. Por aquel entonces, los quintos acostumbraban a “ajustar” la música con grupos de los alrededores. Sobre todo de la parte de Quintanilla del Agua o Covarrubias. Candelas  nos cuenta cómo tuvo que ir hasta Covarrubias en bicicleta, con Manolo, uno de sus quintos, y al volver se rompió la clavícula por una caída. Para él, las  fiestas fueron diferentes, sobre todo por no poder hacer muchos excesos en el baile y en las bodegas. Fue la quintada del año 43, unos tiempos duros por las dificultades económicas y la falta de todo, menos de ganas de divertirse.
A medida que pasaban los años, los grupos se ajustaban más lejos, en el caso de Blas, quinto en el año 52, la banda vino desde Logroño.  “En nuestra quintada trajimos la música desde Logroño. En aquella época los quintos se ocupaban de todo, el ayuntamiento nos daba el permiso, pero los músicos se quedaban en nuestras casas, donde comían y dormían los tres días”. Era la gente de Villahoz la que daba dinero a los quintos para pagar a los quintos: “Con los músicos íbamos después de comer por los bares: “el de Félix”,  “el de Licerio”, los dos cerca  de la plaza, el bar de Porfirio o el de Miguel .” 

Cuando la recaudación no llegaba para pagar a la banda, eran los padres de cada quinto los que ayudaban en la medida de los posible.


Fotografía cedida por Federico Carpintero
Al final de los años 50, D Gonzalo Solás, marido de Dº Paquita, un maestra que estuvo varios años en el pueblo, enseñó a  tocar a algunos jóvenes de la época, Federico, Carlos, Daniel y Benjamín. Juntos formaron la orquesta “Hermanos Carpintero”, y comenzaron a tocar por toda la comarca. Federico nos ha contado como organizaron la banda “empezamos todos muy jóvenes, yo tocaba el clarinete con 17 años, pero Daniel comenzó con 14 a tocar. Carlos cantaba y tocaba muy bien el saxofón”. Federico destaca que los medios no tenían nada que ver con los que estamos acostumbrados ahora: “Una de las veces tocando en Villahoz, se subieron todos los jóvenes con nosotros en un escenario que habían hecho y se nos cayó”.
  
Fotografía cedida por Federico Carpintero
 La orquesta tocó durante 24 años, y a medida que la fama traspasaba los límites del pueblo, las ganancias crecían, “Llegamos a cobrar hasta 1000 pesetas” nos cuenta orgulloso. Con su gracia y  su sentido de humor consiguieron tocar en muchos pueblos alrededor de Villahoz, donde terminaban sus actuaciones de la misma forma:

“Nos vamos, nos vamos para Villahoz,
Si hay fiestas bautizos o bodas escriban con tiempo para Villahoz,
La orquesta Hermanos Carpintero siempre estarán dispuestos,
A su disposición”
Fotografía cedida por Federico Carpintero





Aunque las orquestas han sido la parte más importante de las fiestas, no nos podemos olvidar de los dulzaineros, que a fuerza de repetir y repetir, todos los jóvenes y mayores hemos acabado conociendo a aquellos que tocaron en nuestra época. En los años 70, un  habitual de las fiestas era Eufrasio (dulzainero de los Balbases), que al ritmo de “Yo me llamo Eufrasio y mi hijo Martín y el que toca el bombo es mi nietecín” consiguió permanecer en la memoria de muchos gerberos.


A partir de los años 70 las verbenas empezaron a cobrar más protagonismo, y las fiestas de Villahoz se hicieron famosas por toda la comarca. Algunos grupos repitieron en muchas ocasiones como los “Adnobi", que se puede decir que representaba ya la modernidad

Fotografía cedida por Roberto y Gonzalo Carpintero

Con la llegada de la democracia y la nueva estructura del Estado dividido en comunidades autónomas, el sentimiento regional hizo que nacieran algunos grupos que recuperaron  las jotas, coplas y romances. La plaza de Villahoz fue escenario de importantes festivales con grupos como Orégano o la Hormiga. Castilla fue cantada, y con banderas y pañuelos, el sentimiento y la identidad de un pueblo renació de las cenizas, después que  a lo largo de la historia fuera protagonista de grandes gestas.



miércoles, 20 de julio de 2011

Las fiestas

Las fiestas han ocupado un lugar preferente en la memoria de los gerberos. En un pueblo como Villahoz, en el que la agricultura es el sector primordial, los patrones coinciden con dos fechas claves: 31 de mayo, cuando se vislumbra la cosecha, y 24 de agosto, cuando los labradores hacían un alto en sus labores para festejar San Bartolomé. Estas han sido la dos fiestas que han llegado hasta nuestros días, pero también nos hablan  los mayores de otras festividades muy importantes en el pueblo, que hoy han quedado relegadas a un segundo plano, como los carnavales, en las que se organizaban bailes para el disfrute de los vecinos. Mucha gente aun hoy recuerda  a Heráclio y su circo ambulante en la placetuela y en la torre, en los años 30, cuando participaron muchos vecinos haciendo una acampada circense y cuyo recuerdo ha ido pasando de boca en boca hasta hoy.

Dependiendo del momento, la actividad estrella cambiaba. En los años 30 se recuerdan las acampadas circenses de los carnavales, en los 40 y 50, los toros tuvieron gran protagonismo en la fiesta de la virgen; en los 70 en paralelo al  resurgimiento de la cultura popular,los protagonistas fueron los festivales folklóricos. En los 80 y 90 fue la charanga la que centraba las atenciones en las fiestas de San Bartolome….

Carteles de toros de 1951 y 1971 (útlima corrida)

                                           
Carteles cedidos por Jesús Martínez
Detalle del cartel de la corrida de 1951

 

De aquellas tardes de toros en Villahoz nos quedan las anécdotas de sus participantes y testimonios gráficos, como esta imagen  de una de las corridas anteriores a 1952, ya que tenía lugar en la plaza, y fue precisamente este año cuando se trasladaron las corridas a los corrales de las afueras del pueblo. Se sabe, que por lo menos hubo toros en Villahoz desde 1946, centenario de la cofradía de la Virgen de Madrigal.

 Fotografía cedida por Ángel Álvarez

Aunque pueda parecer, los toros no eran una fiesta únicamente masculina, las mujeres, a pesar de no saltar al ruedo, daban color a las gradas de la plaza vestidas de manolas.

A pesar de los cambios que ha habido en las fiestas, los quintos han sido siempre el  elemento  más representativo. Aunque de la misma manera que las fiestas han cambiado, la ilusión con la que han organizado las fiestas durante la historia de Villahoz ha permanecido inalterable. Además de esta ilusión, de sobra demostrada, otra compañera inseparable de las quintadas ha sido la escarapela, presente en todas las imágenes que se sacaban a los quintos.
 Imagen cedida por Ángel Álvarez

A medida que pasaron los años, se hizo necesario organizar las actividades en días y horas determinadas. El boca a boca ya no era suficiente, y para animar a la gente a acudir a ellos se publicaron los programas. Hoy en día son una elemento fundamental en las fiestas, sin el cual la mayoría de nosotros nos perderíamos muchos de los eventos organizados en el pueblo.

Programa de las fiestas patronales de San Bartolo 1979