martes, 8 de noviembre de 2011

Los toros

Las corridas de toros en Villahoz representaban el centro de las fiestas  de la Virgen en los años 40 y 50 del pasado siglo, aunque esta actividad sobresaliente y exultante duró hasta el año 1972. Entre los años 60 y principios de los 70, Villahoz sufrió una fuerte emigración de familias enteras y sus jóvenes hacia las ciudades con industria, bien el País Vasco, Madrid o Cataluña, fundamentalmente. Esta emigración pudo ser una de las razones para que las fiestas decayeran durante estos años, había menos jóvenes para organizarlas y por supuesto para disfrutarlas.

No hemos podido recabar recuerdos exactos sobre el año de la primera corrida. Sabemos que ya en el año 1946 hubo una corrida de toros en la plaza mayor para conmemorar el centenario de la cofradía de la Virgen de Madrigal. Sin embargo no sabemos si este año fue el primero o ya se celebraban con anterioridad. Jesús Manrique nos comenta que él se fue del pueblo en 1945, y recuerda que años antes ya hubo toros.
Fotografía cedida por Angel Alvarez

Hasta 1951 las corridas de toros se hacían en la plaza mayor. Los chiqueros los poníamos en la cochera de Santiago en la plaza”, nos comenta Blas .
Posteriormente la fiesta se trasladó a las afueras del pueblo, en lo que ahora es el conocido corral “de Colato”. También hubo otro año, el último de las famosas corridas, que tuvo su escenario en la era de Porfirio, a la salida del pueblo al inicio de la carretera de Palencia.
No importaba donde fueran las corridas, los quintos montaban la plaza de toros con carros alrededor y arena para el coso. Blas recuerda: “En mi quintada montamos la plaza, colocamos carros alrededor para hacer las gradas, y pusimos los chiqueros en la cochera de Santiago. Como era quinto Jesús Martínez, su padre nos prestó un carro con una pareja de mulas para poder ir a la Losa, junto a la ermita de la Veracruz, cerca de la Tejera, a por arena para hacer el ruedo”.
Los carros se ponían en círculo para construir el coso y a la vez proteger a la gente de los toros y servir de escenario. No había otros materiales a parte de los tablones que se utilizaban para unir los carros. Con estos medios tan rudimentarios y poco apropiados nos podemos imaginar la incomodidad para subir y bajar de los carros sobre todo las mujeres que llevaban faldas, que eran todas. Una anécdota que refleja esta situación nos la cuenta Isabel, mujer de Félix y hermana de Luisa, que recuerda perfectamente como “ el día de mi comunión coincidió con los toros en el pueblo, y al intentar subirme a los carros se me rompió todo el vestido!, sólo recuerdo la llorera que me cogí y que fui a comer donde mi tía para que mi madre no viera el estropicio”

Ya por los primeros años de la década de los 50, era el famoso “Cañitas”, representante taurino el que se ponían en contacto con los jóvenes de Villahoz para ajustar las corridas. Según recuerda Blas, “cuando  fui quinto Cañitas ya tenía un bar cerca de los soportales de Antón en Burgos, y venía por los pueblos de la provincia trayendo festivales taurinos. Los representantes traían los toros a cambio de la recaudación en taquilla”.

En aquellos tiempos la mayoría de las corridas que tuvieron lugar llevaban el mismo guión: primero toreaba el torero “estrella” de turno, para luego dejar  paso a los aficionados del pueblo, y finalmente dejar que los quintos se divirtieran con una vaquilla. Alguno, si no le cogía el toro, se sentía el mismo Manolete que se enfrentaba al astado para mayor gloria de la parroquia. Durante días previos y después de la faena, los comentarios eran la corrida y el acompañamiento. Todo un éxito que al pasar el tiempo se confundía el deseo,  la ilusión con la realidad que poco a poco se iba desdibujando. Eran los toros centro de la fiesta.

Una de las anécdotas más divertidas que ha llegado hasta nuestros días gracias a la memoria de Blas, fue lo que le ocurrió a  Maximino, uno de los integrantes de la quintada de Blas, que al ir a clavar la espada al toro, ésta saltó por los aires y, con tan mala suerte que le cayó en la cabeza, provocando, primero la preocupación y luego las risas y el recuerdo entre los que estuvieron presentes al ver que el incidente se resolvió con una brecha.