miércoles, 10 de agosto de 2011

La charanga


El concepto de CHARANGA exige ante todo algo de música, o, por lo menos ruido; y como los integrantes de esta orquesta bufa, optaron por el ruido, no les quedó más remedio que acudir al ingenio y la gracia. 

Ellos mismos se construyeron los instrumentos, que no tenían ni  agujeros ni claves, ni sostenidos ni nada ¡Hay que tener bemoles para eso! Y con tubos y embudos y regaderas de todos los tamaños armaron un grupo orquestal en el que todos los instrumentos sonaban igual. Así nació  “La Charanga”. Sus “virtuosos” eran entre otros Cesáreo, Angelito, Ezequiel, Rafa, Juli, Julián Orozco, Vidal, Albinio, José Campo y todo el que quiso soplar por un tubo.
Fotografía cedida por Cesáreo Ortega
 Sus componentes no necesitaban ni Director, ni partituras ni nada. Sólo unos chiflos que sonaban todos con la misma nota y, a la calle. Ahora sí: todos vestidos de músicos, algunos con frac y todo y a soplar que esto nunca desafina, todo dependía de la fuerza con que soplabas.

“La Charanga” después sufrió una metamorfosis y su crisálida derivó a una mariposa estelar que fue Cesáreo, que condujo a su aire lo que él engendró, y que brotes nuevos hicieron fructificar en lo que después fue la anárquica “Charanga”.
BIOGRAFIA no Autorizada de



“LA CHARANGA”

“La Charanga” como todo ser, nace pequeñita, frágil y casi desapercibida.

La Plaza estaba abarrotada, con la verbena en su descanso y aparecen dos viejecitas, con un cochecito de niños. En el cochecito de bebé un lechoncito rosado y muy en su papel, con algún gruñido que otro, pero sin exagerar, y la Plaza se llena de sorpresa y sólo se oye una pregunta:

“¿Quiénes son esas?... Pero, chica, ¡si en vez de niño llevan un cochino!...
¡Ay qué gracia!... No puede ser otro que Cesáreo. Y la otra, ¿quién es?... Anda, si digo yo que es Ezequiel….


Y las risas llenan la Plaza. Y ya no había músicos ni cantantes. Y todos apretujados para ver al “bebé”. El cochinillo tenía sed y era obligado una visita al bar, y al entrar se interrumpen las partidas de mus las rondas de claretes  pues  todos quieren ver de cerca al “bebé” cochino.

“!Este Cesáreo es que es la leche!”

Quedaba fundada “La Charanga”.

La Charanga es un caso sin igual en su organización o, mejor en su desorganización. La Charanga es un monumento a la improvisación y a la espontaneidad.
El decálogo de la Charanga no tiene más que un mandamiento y eso la convierte en un “monocálogo” y si se lee mal en un “monolocago”. Su único mandamiento es: “Haz reír a la gente y no importa con qué”.

Esto tiene un peligro: que no sabes en qué jardín te metes y cómo saldrás. Aquí no hay proyecto, ni programa, ni guión y sin saber nunca ni cuando saldrá ni cuando terminará. En una ocasión si se anunció. Un cartelito en el bar rezaba: “La Charanga saldrá cuando le salga de los c…”.

Si se sabe cómo empieza: Cesáreo se presenta en Villahoz por San Bartolo, y ante cuatro amigos en el bar va y dice: “Que salimos”. Nadie sabe a qué, ni de dónde, ni de qué va a ir la cosa. Todo el mundo  corre a disfrazarse de lo que sea y a seguir a Cesáreo calle Real arriba y todo el pueblo removido para ver esa disparatada “procesión” Y todo Villahoz es una risa.

Fotografía cedida por Cesáreo Ortega
Fotografía cedida por Ce´sareo Ortega


Más tarde ya hubo un poco de orientación y la gente preguntaba: Bueno, ¿de qué va este año?... De ahí la variopinta temática de un año a otro.

Cesáreo, no sé por qué razones, tenía tres obsesiones que le quitaban el sueño: Una era el disfrazarse, otra el vestirse de torero y la más lúbrica era el mito de la “zanahoria”. Yo me las ví y me las deseé para convencerle de que eso de mear por la calle a través de una zanahoria no era muy fino y más bien era una desvergüenza, y si el que meaba era San Bartolomé o San Isidro ya rayaba en lo sacrílego. Al final conseguí convencerle – aunque a regañadientes- que había que dar a la Charanga algún matiz cultural sin renunciar al desparpajo, al chiste, a la broma y aún al cachondeo, y así se empezó dedicando la farsa a temas como el teatro, parodiando El Tenorio, o a Cervantes con la imagen casi perfecta de D. Quijote y Sancho, o al mundo clásico romano con la vistosa reproducción de las cuadrigas romanas, o la última rememorando con una espectacular carabela la hazaña de Los Pinzones.

Pero, he aquí que, un año –no sé por qué razones- yo no pude estar en Villahoz por San “Bartolo” y Cesáreo dio rienda suelta al subconsciente y montó la de San Isidro, entronizado sobre una maquina de veldar y meando por toda la Calle Real a través de la dichosa zanahoria. Yo creo que con eso se quedó tranquilo y redujo sus obsesiones a dos: el disfraz y los toros.

La primera muestra taurina fue vestidos Cesáreo y su partenaire “Perero” con traje de luces impecable aunque les apretaba un poco la taleguilla, y pasear a una vaca lechera con el nombre de la Charanga pintado en los costillares y haciendo un paseíllo grotesco, con los toreros delante y la vaca detrás por toda la Calle Real. Intento de meter a la vaca en el bar de Porfirio, a lo cual se negó el animal con todo decoro, o a lo mejor es que no tenía sed. Paso por delante de la Iglesia y de rodillas, los dos fantoches toreros rezan para pedir suerte – la vaca no se arrodilló, a lo mejor era atea- y llegada a la Plaza, con toda la gente alrededor y Macario sujetando a la vaca, por algo era vaquero de oficio y al único que la vaca obedecía.

Y empieza la faena; Cesáreo el maestro y “Perero” el subalterno. Planta su taburete y su caldero debajo de las espléndidas ubres del animal y el subalterno acciona el rabo a modo de palanca extractora. Y la Plaza muerta de risa y cuando el caldero se suponía lleno, Cesáreo con todo su aire torero lo lanza contra la multitud. Menos mal que sólo había en la herrada papeluchos blancos, que sólo asustaron a los más ingenuos, viéndose pringados de leche recién ordeñada. Y ahí acabó la corrida. Después hubo que indemnizar a Teodosio, porque Al ordeñar por la noche, la pobre vaca estaba tan cabreada y estresada que no dio ni la mitad de leche que tenía por costumbre. Y La Charanga se desvanecía como una pompa de jabón que acababa con la tarde charanguera. Y la admiración de siempre:

!Este Cesáreo es la leche!

Y, por fin, me llegó el día en que conseguí dar un aire cultural al tema y propuse, y se aceptó el tema. Este año irá de teatro y monté sobre una plataforma de remolque de tractor un escenario con decorado de fondo el arco de la Torre y toda la magnífica perspectiva de la Calle Real. La obra era el D. Juan Tenorio, en concreto la famosa escena del sofá. Cesáreo era D. Juan – que, por cierto se agenció un disfraz digno del mejor divo del teatro- y Perero, una grotesca Dña. Inés con barba y dos descomunales tetas que, al ser abrazada por el apasionado amante, explotaban inundando de risas toda la Plaza. Los actores sólo hacían gestos y movían los labios mientras dos lectores, entre bambalinas, leían los unos textos fusilados del insigne Zorrilla:

“¿No es verdad, ángel de amor
Que en esta tranquila Villa
que se llama Villahoz,
la gente se desternilla
con sólo veros a vos?”.

Y así unas cuantas estrofas más, destrozadas descaradamente del original. El problema era cómo terminar aquello, ya que no había telón. Que los músicos tocaran la jota de S. Bartolomé y; a bailar!.

Por fin se había conseguido, que un pequeño soplo de cultura entrara en La Charanga sin abandonar la vena humorística y aún irreverente, que es lo que gustaba al pueblo y le hacía reír. Yo no sé si los actores salieron a hombros o conducidos por la Guardia Civil.

En la siguiente sacamos a pasear a Dn. Quijote y Sancho. Aquí los figurantes: Cesáreo y “Perero” dieron una imagen perfecta con su caballo alazán Cesáreo y su aparente burro “Perero”. Yo no sé de dónde sacó Cesáreo la vestimenta pero, salvo en la estatura, y un descomunal lanzón que daba miedo. No era menos fiel a la historia Sancho Panza, barbudo, barrigudo con su zurrón y su bota al hombro, el burro con sus alforjas, todo como en el libro. Y molinos de viento por todas partes anunciando la “Ínsula Barataria” “La Venta de Leopoldo”, “El mesón de La Paloma”.
Fotografía cedida por Cesáreo Ortega


También para esta Charanga hubo unos textos que como pudimos –pues las megafonías no nos funcionaron nunca- intentamos que llegaran a la gente, cosa harto difícil pues el vocería lo dominaba todo.

Fotografía cedida por Cesáreo Ortega


Parada obligada ante el bar de Jesús a petición de Sancho:

-“Digo yo, Sr. Dn. Quijote, que en este mesón que tiene fama de buen yantar,  bien nos darían unas buenas magras y un jarro de vino para limpiar el gaznate, que harto hemos ya caminado y peleado sin nada que llevar a la panza.

-Anda, come y bebe tragón, que lo que es pelear… pocos gigantes has derribado tú”.


Ante la Iglesia otra parada para decir otra “parida”.

-Mira, Sancho, y descúbrete que estás delante del Castillo de la Princesa Micomicona que a tantos caballeros enamoró.

-¡Qué castillo ni qué leches! Que esto es la Iglesia de este pueblo llamado Villahoz, y no es de La Mancha y aquí como mucho dan hostias. Así que sigamos porque si hay palos y mogicones, yo ya sé quien los recibe”.

Y llegamos ante el Rollo. Golpe seco de brida que paran a Caballo y Rucio.

-“Esta que ves aquí, Sancho es la invencible lanza del gran Amadís de Gaula, con la que derribó gigantes sin cuento en cuantas batallas peleó.

-¡Qué lanza ni que cojones! Que esto es el Rollo de este pueblo. Y más nos vale alejarnos de él si no queremos que nos cuelguen a su merced y a mí y aún a Rocinante y Rucio”.

Y, sin saber cómo, la comitiva se desvanecía sin que nadie diera la orden ni nada.

Y llegamos a lo que yo llamo la “era de la tecnología”. Se adhieren a La Charanga todo un grupo de técnicos que saben de todo y saben resolver problemas que antes nos atascaban y teníamos que salir con lo puesto. Son: primero Diego, con toda su sabiduría y el potencial de su fragua. Todo se podía con él. Le siguen Fernando y “Toño” (q.e.d.) excelentes mecánicos que dominan toda clase de artilugios, y se une “El chico Bene”, Javi, todo fuerza e ímpetu y la valiosa “Trouppe de los hijos de la Milagros: Pablo y Aurelio (q.e.d.). Ya descansaba en paz también el inefable Vicente “Perero” que con su desaparición dejó alicorta a La Charanga.

Con tanta tecnología aquello empezaba a funcionar. Yo sugería y los otros hacían, que no es poco. Se construyó una exagerada plataforma rodante y tirada por un vehículo a motor sobre la que iría montada toda la “jarca” charanguera. Tam ambiciosa fue que su ancho no pasaba por según que cales, lo que reducía los recorridos que nos hubiera gustado.

El primer uso de la plataforma fue modesto y hasta un pelín soso: representar la vida del campo.
Una frondosa encina con un campesino que dormía la siesta a su sombra, con la bota al lado, una cocina que echaba humo y todo y Cesáreo que no sé lo que hacía allí pero, seguro, que lo animaba con su “gracia”, y a la Torre que aquel año había toros.

A la plaza no le faltaba de nada: con sus burladeros, sus carteles, sus taquillas y su reloj marcando “las cinco en punto de la tarde” como en el poema de: “A la muerte del torero Antonio Sánchez Mejías” de García Lorca. Lleno hasta la bandera, bueno hasta el Potro en la subida a las bodegas. El encierro era dispar: salió el primero, un gato que al sentir el ¡Oh! De la multitud saltó bufando por donde puedo con peligro de algún arañazo no deseado. Fue lo más peligroso de “la corrida”. Había un espiker que anunciaba el segundo de esta manera:

“Y sale el segundo, negro zaíno, meano y algo marrano”.

Era un cerdo de la ganadería de los Angulo pintado de negro. Manseó en tablas y fue devuelto a los corrales por cochino y mal educado, falto de casta y sin ninguna posibilidad de lucimiento para los toreros Cesáreo y “Perero”.
Fotografía cedida por Cesáreo Ortega


Y salió el tercero que era toro de verdad. Una ternerita rubia que aún mamaba pero que tenía una mala leche que el pánico cundió en el ruedo. No faltaron “banderillas”, gigantes cónsul pimiento, pepino y tomates ensartados que nadie consiguió clavar porque no tenían pincho. Aquel animalito, que casi tenía la ternura de un peluche, creó el pánico en todos los charangueros, y, al día siguiente, las lavadoras funcionaron a tope, porque todos estábamos cagaditos de miedo.

Fotografía cedida por Cesáreo  Ortega

Eso fue el bautismo taurino de La Charanga y se ve que gustó, pues en años siguientes hubo más vaquillas.

El año siguiente fue el año estelar de La Charanga, gracias al aporte de técnica de los ya nombrados nuevos socios. La idea iba de Romanos y entre  todos: yo dibujando y pintando, otros tratando motores, maderas y hierro y los menos hábiles trayendo el porrón para refrescar el gaznate y las ideas, construimos unos carros romanos de carrera, las “Cuadrigas”, que fueron la admiración de la gente. No quiero decir como estaban hechos, porque parecían de verdad, corrían como rayos y metían un ruido que ya lo querrían para sí los de la Fórmula 1; Y cuando se paraban los caballos se meaban de verdad, como un homenaje a la dichosa zanahoria de Cesáreo.

No faltó la ambientación romana en todo el pueblo: La plataforma se convirtió en foro romano, con sus columnas sus lávaros y sus matronas romanas que presidía la Calpurnia Milagros. Los centuriones iban montados en sus cuadrigas, Cesáreo haría de Nerón, o algo así, y todo esto para llevar a la gente de la Torre, donde estaba la plaza de torear.

Fotografía cedida por Cesáreo Ortega
La ambientación más vistosa fue la Loba Capitolina que campeaba en lo alto del Arco de la Torre, y amorrados a sus ubres no eran Rómulo y Remo sino las estrellas de la Charanga: Cesáreo y “Perero”. Hasta el Diario de Burgos nos dedicó una página entera, con foto espectacular de nuestro arco de la Torre con la Loba romana encima y con un epígrafe que nos honra: “Villahoz conquista Roma”.


Fotografía cedida por Cesáreo Ortega


En la “Plaza” hubo lances para todos los fustos, revolcones, muchos; y hasta la Guardia Civil, en uniforme de servicio y que ordenó la comitiva hasta allí, se atrevió a pasar algún sustillo y perder el tricornio para evitar el seguro revolcón. Alguien de algún pueblo vecino que no reconocía a nuestros “guardias”: Angelito y el desaparecido Jesús (q.e.d.) el Francés –para nosotros el “Voulez vous”- se escandalizó. Su comentario no tiene desperdicio: 

“Anda que si le coge la vaca… ¡menudo paquete le iba a caer si se entera el Comandante de puesto!, ¡Si no lo veo no lo creo!.


Cuando la fiesta terminó, y fue tan del agrado de la gente, en la celebración que hacíamos los actuantes con una merienda en la bodega, yo ya les dije: El año que viene que es no sé que centenario de la Conquista de América, hay que salir en barco, id pensando si contratamos a los Hnos. Pinzones, o algo por el estilo.

Dio la casualidad que aquel verano yo no pude venir y participar en la organización, pero me contaron –y las fotos así lo corroboran- que con la colaboración de todos se construyó una espectacular Carabela y que el himno de La Charanga, aquel año fue:

“Los hermanos Pinzones
Eran unos mari… (neros)
y se fueron con Colón
que era otro mari… (Nero)”

Y me cuentan también que la vaquilla cambió de plaza y no le debió sentar bien porque el riesgo estuvo a punto de amargar la fiesta, y La Charanga se asustó.


En resumidas cuentas La Charanga murió –de éxito y por meterse en unos jardines, que aunque a la gente le gustaba, no estaban en sus genes y traicionó las raíces que eran hacer reír a la gente a cuerpo limpio, con la imagen nítida y, como mucho, vestido de cualquier zarramanto. Los trajes de luces nunca le sentaron bien ni a Cesáreo ni a “Perero” (q.e.d.) y sus brillos cegaron su principal virtud: hacer reír sólo con la imagen y algún aditivo pseudo político.


La Charanga murió, viva el pueblo y la alegría.

 
GRATITUDES:

Claro, todos estos tinglados conllevaban unos gastos: los animales bravos alquilados costaban mucho dinero que La Charanga no tenía. Había que conseguir mecenas,  y será injusto no mencionarlos aquí: Serafín Ballesteros, viéndolo caro y sabedor de nuestras penurias, ni siquiera esperó a que lo pidiéramos: “Para La Charanga pedid lo que os haga falta”, y le faltó tiempo para tirar de talonario.

Otro enamorado del pueblo, sin que él participara en la fiesta y sin más nos donó una cantidad que nos sacaba de apuros. La Charanga nunca dependió del dinero del Ayuntamiento, aunque algún año algo costearon. De estas donaciones, que yo nunca vi,  ni siquiera supe quien las administraba, nos sacaban de apuros y a más de uno nos costaba algún gasto, a más de las rifas cutres que hicimos, y no emitimos “Bonos del Estado” porque no se nos ocurrió.

Si es cierto el dicho de: A rey muerto, rey puesto que se animen otras generaciones de gracioso e ingenios, que los hay, y piensen que de menos nació “La Charanga” y bien que nos divirtió.



Jesús Manrique
Villahoz, Agosto de 2011

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Muchísimas Gracias por el trabajo bien hecho. Es un orgullo que en el pueblo en el que nací haya alguna gente tan estupenda y valiosa. GRACIAS.

Julio Quevedo Gento dijo...

Amigo JESÚS MANRIQUE:
Gracias,muchas gracias, por la detallada información que das sobre LA CHARANGA gerbera, así como por las fotografías adjuntas, que tanta vida le dan a tu ingeniosa narración.
Un fuerte abrazo desde Sevilla de este gerbero que jamás olvida su querido VILLAHOZ.
Quedo a tu disposición:
Julio Quevedo Gento.